martes, 9 de marzo de 2010

Bienvenidos

Siempre me dejan el trabajo más tedioso…

Nunca se me dio bien clasificar, nunca se me dio bien nombrar, creo que nunca tuve habilidad para ello, parece que siempre fui más un observador que espera agazapado detrás de su inconfundible gorro y que escucha las ideas del otro intentando sacar la esencia de las cosas, alejándose de toda categorización. Siempre pensé que el lenguaje no capta para nada la realidad, sin embargo también entendí su funcionalidad pragmáticamente hablando.

Por este motivo y debido a que mis adorables amiguitos se lavaron las manos en lo relativo al bautizo nominal de este santuario, me veo obligado a dar nombre, que no forma, a este lugar de encuentro pseudo-filosófico, no sin antes explicar el porqué. Pensé en varios nombres referentes a café, a tapeo, a cerveza, sin embargo no me fui al quid de la cuestión hasta esta mañana caminando por las calles de Granada. Parece que la relación que tenemos con el alcohol/cafeína/teína es algo meramente hispano; sin embargo todo lo que conlleva este ritual se encuentra anteriormente en los griegos.

Para el que no lo sepa los peripatéticos eran los seguidores de Aristóteles. Su nombre viene del Peripatos. Cuando Aristóteles quiso separarse de la Academia y fundar su propia escuela se dio cuenta de que la ley ateniense no le permitía tener propiedades debido a que era un meteco (extranjero). Por ello comenzó a formar su círculo filosófico en un gimnasio público al que todos tenían acceso, el Liceo. En este, como en los demás gimnasios, había frondosos jardines que invitaban al paseo, a la contemplación y a la discusión. Estos jardines fueron utilizados por el nuevo círculo aristotélico para conversar mientras paseaban y así instruir a los nuevos alumnos. Esta costumbre pronto les dio el nombre de peripatéticos como escribe Diógenes Laercio: “Aristóteles eligió el paseo público, el peripato, en el Liceo y, paseando hasta el momento de ungirse, discutía de filosofía con sus discípulos. De aquí procede el nombre de peripatéticos”. Lo realmente importante aquí, a mi manera de entender, no es el paseo en sí; sino el diálogo.

Otro ejemplo de esta apetencia por el coloquio lo tenemos en Sócrates y su particular método socrático basado en la búsqueda de la verdad como diálogo entre dos personas. Particularmente si me preguntan qué es filosofía no sabré responder, sin embargo si me preguntan cómo se hace filosofía sin duda diré que dialogando. Lo que quiero mostrar con el segundo término del nombre que he dado a este santuario, no es más que la imperiosa necesidad que tiene el individuo de entender el mundo a través del diálogo con el otro. Somos seres propiamente sociales. Sentimos miedo y pavor por la soledad. Utilizamos al otro como una garantía contra la soledad, queremos que nos ratifique la veracidad de la vida, que nos desmienta la soledad individual en la que, a mi particularmente, me hundió Descartes y su cogito ergo sum. El ser humano aprende a través del diálogo y mientras que en la griega clásica se dialogaba en el peripato o en el ágora, es bien sabido por todos que las grandes discusiones en el s.XXI se producen en los bares.

De esta afirmación se ocupa la primera parte del título de este blog. Beodo es aquél que bebe. Se preguntarán entonces ¿Por qué beodo y no borracho?, posiblemente por una cuestión tanto estética como connotativa. Es cierto que una persona beoda es una persona ebria, embriagada, borracha, no obstante siempre me pareció menos peyorativo este término en contraposición con los otros anteriormente nombrados. Siempre me pareció que un beodo está un grado alcohólicamente inferior a un borracho, siempre me pareció que un beodo tiene cosas importantes que decir, el alcohol lo imbuye en un estado diferente en su percepción del mundo. Posiblemente no tenga ninguna autoridad lingüística para hacer tal afirmación, no obstante siempre queda la cuestión de estilo.

Sin embargo no quiero tomar el término beodo necesariamente como un borracho o un alcohólico, sino como un simple bebedor que mientras ahoga sus penas o alegrías en cerveza, té, café o incluso agua, es capaz de aunar el gran placer del beber con el gran placer del dialogar, del filosofar. Soy de los que piensan que hay más filosofía en la barra de un bar que en algunas asignaturas de dicha carrera. Por suerte además, estamos en España. Nunca fui nacionalista, pero si algo tiene España son sus gentes y sus costumbres. Lo que era el ágora a los griegos, o el paseo a los peripatéticos, lo es el bar a los españoles. Me considero un abstemio puntual. Aunque no beba alcohol, pienso que la cultura de la cervecita así como de la tapa, del café, o del té y la cachimba es algo realmente español que nos ayuda a filosofar, dialogar, discurrir, reflexionar, discutir…
Por tanto quiero inaugurar este espacio pseudo-filosófico con el nombre de beodos-peripatéticos debido a una particular forma de entender la filosofía como un dialogo hecho en los bares, más allá de un monólogo hecho en las aulas. Por ende, os doy la bienvenida.

Atentamente, vuestro alumno. Maganto